Ni los bosques madereros ni la telefonía móvil ni el sol de medianoche. Ni siquiera esa cantera de campeones de automovilismo, tan extrañamente fértil. El verdadero tesoro nacional de Finlandia son sus centros de enseñanza. Unos centros que, según los resultados del Informe PISA del 2006, han situado a los escolares del país en cabeza del escalafón mundial, a considerable distancia del alumnado de Hong Kong, que ocupa la segunda posición, y muy por encima de otras naciones de su entorno, como Suecia y Noruega, que no solo se mueven en unas coordenadas socioeconómicas similares a las de Finlandia, sino que incluso comparten la orientación básica de su modelo educativo. ¿Cuál es entonces el factor diferencial causante de tanta excelencia? Los expertos apuntan en una dirección: la selección y formación del profesorado.
Esa es la idea que defiende Xavier Melgarejo. Y vale la pena tener en cuenta su opinión porque nadie en Catalunya ha dedicado tanto tiempo a estudiar el sistema educativo finlandés como este pedagogo y psicólogo que en la actualidad dirige el colegio Claret de Barcelona. Melgarejo obtuvo en el 2005 el doctorado cum laude por una tesis sobre este asunto en la que invirtió 13 años de trabajo. En ella recoge un comentario de un exdecano de la facultad de Pedagogía de la Universidad de Helsinki que sintetiza a la perfección el principio sobre el que se sostiene el exitoso sistema de enseñanza del país nórdico: "El profesor es el molde con el que queremos formar las futuras generaciones. Si el molde es excelente, las piezas que formemos con él saldrán mejor que si el molde es mediocre".
De esa filosofía nace la convicción --fundamental en el modelo finés y, al mismo tiempo, distintiva respecto a otros sistemas-- de que los mejores docentes, los de mayor preparación, deben situarse en los primeros años de enseñanza, cuando se aprenden los fundamentos de todos los posteriores aprendizajes. Es por eso que el proceso de formación del profesorado --un proceso cuyo nivel de exigencia no tiene parangón en ningún otro país de la OCDE-- resulta especialmente selectivo en el caso de los profesores de primaria, que deben acreditar un expediente académico de bachillerato y reválida con nota media superior a 9, así como pasar dos fases de selección antes de iniciar unos estudios de licenciatura que se culminan con un periodo de prácticas y una tesina obligatoria.
Pese a la dureza de los requisitos, hay bofetadas para entrar en las facultades de Pedagogía. Por cada plaza que la universidad ofrece para formarse como docente de primaria --el número se planifica en función de las necesidades del mercado-- se presentan cinco aspirantes. ¿A qué viene tanta vocación? ¿Es que acaso los maestros finlandeses son los mejor pagados del mundo? En absoluto. El sueldo de los profesores de primaria en el país nórdico no difiere en mucho del de los maestros catalanes. Y, aun siendo funcionarios públicos --casi todas las escuelas son de titularidad municipal--, sus derechos laborales, jurídicos y sociales son los mismos que los de cualquier otro trabajador. La gran diferencia está en el prestigio. El profesor está considerado como uno de los profesionales más importantes de la sociedad finlandesa y su trabajo es ampliamente respetado y valorado. El modelo finlandés se basa en la planificación de una sociedad del conocimiento como garantía de la supervivencia cultural y económica del país. El consenso político en torno a la enseñanza es casi total y la motivación de los maestros es grande.
Y, sin embargo, a diferencia de lo que ocurre en España, las familias no delegan la responsabilidad en las escuelas. Según datos recogidos en la citada tesis de Melgarejo, el 55% de las familias finlandesas se consideran los primeros responsables de la educación de sus hijos, mientras que en nuestro país esa cifra apenas llega al 15%. El dato refleja las profundas diferencias en los modelos social y familiar de ambos países. En Finlandia, buena parte de las ayudas oficiales son para las mujeres con hijos, lo que se considera una manera de ayudar a las madres a conciliar la vida laboral con la vida familiar y de garantizar que los niños no sufran dificultades económicas que mermen el principio de igualdad de oportunidades.
Ese mismo principio es el que determina que toda la escolaridad, desde la guardería hasta el doctorado, sea pública y gratuita para todos. Y la gratuidad abarca desde el transporte hasta el material escolar, pasando por la comida. Asistir a la escuela es obligatorio entre los 7 y los 16 años y la educación, a diferencia de lo que sucede en el modelo alemán, debe adaptarse a la heterogeneidad del alumnado, sin hacer distinciones (la presencia de escolares inmigrantes es sensiblemente menor que en otros países europeos). Los alumnos que tienen dificultad para seguir el ritmo de la clase pueden solicitar una ayuda específica en el mismo centro.
Rafael Tapounet
EL PERIÓDICO. 30 de noviembre de 2007
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