Como ya nos adelantaba Julio Carabaña, Catedrático de Siociología de la Educación en la Universidad Complutense,(EL PAÍS -03-12-07) tendremos ocasión de leer, escuchar y / o compartir diferentes versiones de los resultados obtenidos por los alumnos españoles en el informe PISA 2006.
No acabo, sin embargo, de entender la pestilencia (urbi et orbi) que se deriva del artículo que hay a continuación. Yo, profesor de cincuenta y ocho años, me siento muy capaz de seguir impartiendo mis clases manteniendo la misma alegría de mi juventud y aportando la sabia experiencia de una larga e intensa vida y, que yo sepa, jamás ningún alumno ha vomitado mis enseñanzas; más bien, ha mantenido una larga y fructífera amistad más allá de su frontera: licenciatura, diplomatura o , simplemente, mundo laboral.
Tampoco me he sentido engañado en mi salario (evidentemente a todos nos gustaría cobrar el salario de un astro del fútbol o, quizás, los derechos de autor del señor Verdú) y, desde luego, a pesar de haber pasado por cinco diferentes leyes educativas, puedo afirmar rotundamente que, jamás, nadie ha interferido en mi labor docente sin que yo haya dado permiso para ello.
Compararnos con otros países sin comparar su historia, al menos, más reciente me parece una ejercicio de demagogia y aún compartiendo su idea de que no todo el saber está en los libros quisiera recordarle la necesidad de una lengua bien aprendida para poder tener una inteligencia mejor acomodada.
Quizás sea que el señor Verdú, según su propia teoría de los viejos, está chocheando y, dando ejemplo de lo que predica, deba tomarse unas vacaciones sabáticas para darse una vuelta por esas míseras escuelas de las que habla o, quizás mejor, hacer un acto de fé y jubilarse.
Y, por supuesto, sigo recomendando la lectura aunque de las obras del señor Verdú se trate.
La miseria de la escuela
VICENTE VERDÚ
EL PAÍS - 08/12/2007
La educación es mala en España y no hay duda alguna sobre ello. Lo chocante viene a ser que los responsables políticos sigan relativamente desentendidos del problema. ¿No votan en suficiente cantidad los maestros? No votan, sobre todo, los millones de alumnos y ésta viene a ser la llave maestra.
¿Forzarlos a la lectura? Ni la lectura es un bien absoluto ni todo el saber está ya en los libros
En Francia, en Alemania, en Gran Bretaña o en Estados Unidos, los Gobiernos han elevado el asunto de la educación y sus inversiones a la categoría más importante. Lejos de hacer demagogia, puesto que los niños allí tampoco votan, tratan de hacer cierta sociedad mejor. "Después del pan", decía Danton, "la primera necesidad del pueblo es la educación". Los franceses no lo olvidaron nunca, aun en situaciones de crisis. ¿No disfrutamos de una tradición igual? Efectivamente, pero ni con ministros educados en el extranjero se han afrontado las miserias de un sistema educativo que nos sitúa por detrás de los búlgaros.
¿Van a cambiar las cosas? Ni siquiera con el Informe PISA se abochorna nuestra estirada Administración. La actual ministra de Educación que a primera vista nos pareció espabilada, apenas asume que las aulas no funcionan. En su parecer son los padres sin estudios universitarios suficientes o los insuficientes padres con estudios superiores quienes despiden una atmósfera cultural doméstica que no aromatiza debidamente a sus vástagos.
En cuanto a las escuelas, las escuelas quedan una y otra vez en un plano sombrío donde los profesores enferman, se deprimen, padecen tendinitis, se denigran o sobreviven con sueldos de segunda fila. Ningún plan de mejora, en caso de intentarlo honestamente, podrá soslayar el sensible aumento de las retribuciones pero, más aún, miles de profesores debieran gozar de jubilaciones anticipadas y bien retribuidas. Deberían dejar sus puestos a enseñantes mucho más jóvenes y aptos, por edad y estilo generacional, de conectar con alumnos de referencias tan radicalmente ajenas a las de su profesor actual 40 o 50 años mayor.
Tanta distancia biográfica hace no sólo arduo sino imposible el trasvase de los conocimientos y del interés por temas concretos. Nunca como ahora pudo decir con razón un alumno de 12 años que la asignatura a cargo de un señor o una señora de 60 años "no le entra". Ni le entra ni lo digiere, ni le interesa ni lo metaboliza. Más bien lo vomita.
El sistema que transmitía conocimientos escolares por conductos basados en la permeabilidad del arriba / abajo funcionaba gracias a la eficiencia de la jerarquía y la autoridad. De esto, sin embargo, queda poco tras la absoluta vulgarización de la democracia y el paradigma general de la red. El saber no llega al interior del alumno tan sólo por el poder del magisterio, sino por la astucia de la empatía y contagio. Pero transmitir mediante empatía, explorar y hasta explotar la proximidad, sólo parece al alcance de los profesores jóvenes y jovencísimos.
El espectáculo de un aula presidida por una señora o un señor en edad provecta genera, en la cultura de la imagen, una actitud tan decisiva que con mucha frecuencia no atenúa ni la voluntad, ni el cariño, ni la ilustración del profesor. No se diga ya, como suele ocurrir, que además de mayores son vetustos.
¿Disciplina? Cualquiera ofrecería una ración de disciplina a cambio de una buena recompensa. Pero ¿cuál es la compensación? ¿Los comentarios a La Celestina? Los chicos españoles presentan esta dificultad para leer porque no reciben recompensa sino castigo en lo que se les da a leer, empezando por la misma escritura de los libros de texto.
¿Forzarlos a la lectura? ¿Por qué no purgarlos y raparles el pelo? Ni la lectura es un bien absoluto ni todo el saber está ya en los libros. Leer más no hace más inteligentes, sólo hace más inteligentes para leer. El resto del mundo del conocimiento, el mundo audiovisual es ahora una fuente más caudalosa e importante en el saber. Pero ni siquiera para aprender a servirse apropiadamente de todo esto hay horarios y maestros preparados. Miseria de la escuela, escuela de mil miserias.
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