ELVIRA LINDO
EL PAÍS - 03/10/2007
De la misma manera que hace tiempo que los urbanistas coincidieron en que ampliar las vías para la circulación no aliviaba el tráfico en el centro de las ciudades sino que animaba a multiplicarlo y no fueron escuchados, tampoco parecen serlo aquellos educadores que se dedican valerosamente a repetir que las facilidades excesivas para que todos los alumnos acaben la enseñanza media no hace sino ralentizar y entorpecer la educación de los estudiantes realmente interesados y hacer que el profesor deba enfrentarse a una doble tarea, la de luchar contra la falta de interés académico y el mal comportamiento. La consecuencia lógica de que el acento se ponga continuamente en el bachillerato es que se desvanece el prestigio social de la educación de los oficios, a los que se suele llegar por intuición o necesidad y no por haber seguido un correcto adiestramiento. Los padres, tímidamente, vamos saliendo del sueño del profesor majete, el padre colega, la madre cachonda y los mundos de Yupy acolchonados en los que pretendíamos, no dudo que por amor, que vivieran nuestros hijos sin llevarse un mal rato. Digo que vamos despertando tímidamente porque la propia vida nos abre los ojos: criamos a los niños para ser príncipes, nos encontramos con que el mercado de trabajo les ofrece una realidad más dura que aquella para la que estaban preparados y pasamos los años aumentando la cifra basura de sus sueldos. Para colmo, la autoridad no ayuda, porque padece esa enfermedad que atacó a nuestra generación pero de la que algunos, en nuestra calidad de padres maduros, nos estamos curando, el juvenilismo, un mal que aumenta sorprendentemente cuando se acercan tiempos de campaña y nadie quiere quedarse atrás en el espectáculo de halagar a la juventud ofreciendo desde becas para remolones hasta cursos que se aprueban en cómodos plazos. Los esforzados ex juvenilistas vemos claro que para ayudar a esa juventud de la que ya no formamos parte hay que empezar por fomentar el esfuerzo escolar desde el principio, pagar al joven un sueldo digno, acabar con el chollo empresarial del becario permanente y gozar de guarderías gratuitas. Y todo esto no es con el objetivo de que puedan ser independientes a una edad razonable: ¡es para ser independientes nosotros!
De la misma manera que hace tiempo que los urbanistas coincidieron en que ampliar las vías para la circulación no aliviaba el tráfico en el centro de las ciudades sino que animaba a multiplicarlo y no fueron escuchados, tampoco parecen serlo aquellos educadores que se dedican valerosamente a repetir que las facilidades excesivas para que todos los alumnos acaben la enseñanza media no hace sino ralentizar y entorpecer la educación de los estudiantes realmente interesados y hacer que el profesor deba enfrentarse a una doble tarea, la de luchar contra la falta de interés académico y el mal comportamiento. La consecuencia lógica de que el acento se ponga continuamente en el bachillerato es que se desvanece el prestigio social de la educación de los oficios, a los que se suele llegar por intuición o necesidad y no por haber seguido un correcto adiestramiento. Los padres, tímidamente, vamos saliendo del sueño del profesor majete, el padre colega, la madre cachonda y los mundos de Yupy acolchonados en los que pretendíamos, no dudo que por amor, que vivieran nuestros hijos sin llevarse un mal rato. Digo que vamos despertando tímidamente porque la propia vida nos abre los ojos: criamos a los niños para ser príncipes, nos encontramos con que el mercado de trabajo les ofrece una realidad más dura que aquella para la que estaban preparados y pasamos los años aumentando la cifra basura de sus sueldos. Para colmo, la autoridad no ayuda, porque padece esa enfermedad que atacó a nuestra generación pero de la que algunos, en nuestra calidad de padres maduros, nos estamos curando, el juvenilismo, un mal que aumenta sorprendentemente cuando se acercan tiempos de campaña y nadie quiere quedarse atrás en el espectáculo de halagar a la juventud ofreciendo desde becas para remolones hasta cursos que se aprueban en cómodos plazos. Los esforzados ex juvenilistas vemos claro que para ayudar a esa juventud de la que ya no formamos parte hay que empezar por fomentar el esfuerzo escolar desde el principio, pagar al joven un sueldo digno, acabar con el chollo empresarial del becario permanente y gozar de guarderías gratuitas. Y todo esto no es con el objetivo de que puedan ser independientes a una edad razonable: ¡es para ser independientes nosotros!
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