Número 805. 07/03/07
Valentín Martínez-Otero
Tratar de educación exigehablar de la familia, por tratarse de la primera y más importante comunidad educadora. La familia, en sus diversas manifestaciones, es la institución que más impacto tiene en la formación de la personalidad. El niño ve la luz en el ámbito familiar y su sello le acompañará toda la vida. Las conquistas cognitivas, emocionales, sociales, éticas y motrices básicas acontecen en el núcleo familiar. Como en el cuadro “Primeros pasos” (1890), del genial pintor holandés Van Gogh (1853-1890), en el que se descubre una figura infantil animada cariñosamente por sus progenitores a recorrer de forma autónoma el tramo inaugural de su vida. Mientras la madre está a punto de soltar a la criatura, el padre, agachado, hace un paréntesis en sus labores campesinas para recibirla con los brazos abiertos. En esta tierna escena, hermoseada por el luminoso marco natural acompañante, se descubre el calor y el valor de la familia, la gran germinadora de personas. El eximio artista escribe con pincel poético versos de amor parental, un policromado himno a la educación temprana.
En efecto, en el contexto familiar encuentra el niño los estímulos que satisfacen sus necesidades afectivas y garantizan su desarrollo psíquico y físico. Las interacciones familiares influyen de modo continuo y significativo en la vida de sus miembros. Hay que tener en cuenta además que la institución familiar permanece en constante relación con otros ámbitos, como el social y el escolar, lo que contribuye a matizar la influencia ejercida sobre sus integrantes. Sin perder de vista la apertura de la familia a una realidad más amplia, aquí nos centramos en esta comunidad natural y cultural, con objeto de analizar qué factores y procesos son más beneficiosos educativamente. En gran medida el tema se enfoca de manera positiva, pero no debemos obviar que en ocasiones acontecen en su interior situaciones de gravedad extrema.
Cambios en el seno de la familia
Al adentrarnos en la exploración etimológica del término ‘familia’ comprobamos que procede del latín famulus (sirviente, esclavo); de ahí que la familia designase primitivamente el conjunto de esclavos y criados de una persona. El prestigio del señor dependía en gran medida del número de esclavos poseídos. Más adelante la familia incluía también a los parientes. Por fortuna, el concepto ha evolucionado considerablemente y hoy no arrastra un lastre deshumanizador. No obstante, el trayecto de la palabra quizá no se haya detenido aún, pues la controversia sobre qué se entiende por familia parece que rebrota en la actualidad, si nos atenemos a las modificaciones que en su seno se producen.
Entre los cambios más destacados ha de señalarse la mayor dilación actual para fundar una familia. De hecho, cada vez más personas se deciden a formar una familia con más edad que hace unos años. Este dato se explica por la ampliación del nivel de estudios, por problemas económicos y laborales que retrasan la emancipación de los jóvenes, etc.
Otros cambios se refieren al incremento de divorcios y separaciones, así como de las familias monoparentales y reconstituidas con niños que no conviven con ambos padres biológicos. Asimismo, junto a la estructura propia de la familia tradicional se han extendido otras realidades familiares como las que cuentan con progenitores de igual género.
Se constata igualmente que el tamaño de la familia ha disminuido considerablemente. En España es especialmente llamativo el descenso de la natalidad. Por otro lado, los hijos permanecen más tiempo con personas a las que no están unidos consanguíneamente, por ejemplo, con maestros, cuidadores diversos, etc.
La familia en España se ve afectada igualmente por el fenómeno general del envejecimiento. Este hecho es en principio muy positivo, pero en la práctica hay personas mayores con serios problemas de salud o de otra índole que no cuentan con ningún tipo de protección.Los datos ofrecidos, aun sin ser exhaustivos, revelan que la familia es hoy más inestable que la de hace unos años. Esto obliga a sus miembros a rápidas adaptaciones no siempre fáciles. Los niños evidentemente son muy vulnerables a las continuas mudanzas y a veces se deteriora su salud mental y su calidad de vida. La erosión de la trama familiar produce estrés y otros trastornos psíquicos y físicos. Se trata, en definitiva, de una situación nociva que atenta contra el desarrollo infantil.
Ante los profundos cambios acontecidos en la familia las administraciones deben reaccionar. Es menester diseñar políticas públicas en consonancia con la nueva realidad. Se necesita mayor apoyo institucional y más preparación de sus miembros que redunde en una convivencia más robusta.
La situación actual de la familia nos permite decir que esta institución se halla en crisis, al menos la familia tradicional. Como es sabido, el modelo de familia tradicional se caracteriza por el contrato legal entre un hombre y una mujer, el compromiso de futuro, los hijos nacidos de la unión y la marcada desemejanza de roles, con un padre-marido como proveedor de recursos y una madre-esposa como ama de casa. Aunque esta estructura está expuesta a críticas, como la concerniente al disímil reparto de papeles entre géneros, nos interesa recoger el dato para que sea valorado por el lector, al tiempo que consignamos que a veces, más allá de la oficialidad, la verdadera familia es la que se vive como tal, sobre todo por el afecto que se profesan los integrantes del grupo de convivencia.
La familia como institución educadora
Salvo aberraciones, la familia es escuela de vida y los padres educadores naturales. En el hogar el niño viene al mundo, crece, madura, se hace humano, recibe lo que necesita para la forja de la personalidad y es querido por lo que verdaderamente es. Las relaciones estrictamente personales que se establecen entre padres e hijos constituyen la fuente principal de la que emanan los aprendizajes emocionales, sociales y morales.
Para valorar como corresponde el papel formativo de la familia debe insistirse en que es el ámbito capital en la educación de los miembros más jóvenes. La escuela, por su parte, debe colaborar con la familia, sin usurpar sus funciones. Es conveniente agregar que las transformaciones experimentadas en los últimos tiempos han restado peso educativo a la familia, al tiempo que lo ha ido ganando la escuela.
Con objeto de que la familia despliegue su función educativa proponemos las siguientes condiciones concatenadas:
- Relaciones basadas en el amor. No en vano, la familia pertenece al dominio del corazón. Para que haya educación familiar cada miembro ha de sentirse acogido y querido.
- Interacciones continuas y positivas caracterizadas por el cuidado y la atención.
- Comunicación y participación de sus miembros, patentizadas en el diálogo abierto, respetuoso y cordial.
- Autoridad de los padres, entendida como facultad racional y ética capaz de suscitar la adhesión de los hijos, particularmente cuando son menores. Se encamina a fomentar la autonomía responsable de los vástagos. La autoridad no debe confundirse con el autoritarismo.
La dinámica familiar no es ajena a influencias externas, lo que nos lleva a demandar suficiente apoyo social e institucional. Para que la familia cumpla su papel educativo debe contar con ayuda económica, a la vez que se incrementan las “escuelas de padres” y se busca la racionalización horaria que permita conciliar la vida laboral y familiar, entre otras medidas.
Estilos educativos de los padres
Describimos sumariamente a continuación los estilos educativos de los padres y su repercusión en los hijos:
Los padres permisivos son excesivamente tolerantes. En la práctica reniegan de su función educadora. Son indiferentes ante muchos aspectos de los hijos, quienes van a manifestar numerosos problemas escolares y psicológicos.
Los padres sobreprotectores son los que tienen una preocupación mal entendida y excesiva. Esta actitud puede generar inseguridad en el hijo y también rebeldía.
Los padres autoritarios imponen las pautas de conducta con rigidez. Es un estilo represivo que se apoya en sanciones. En estos casos se dificulta la espontaneidad y la autonomía.
Los padres democráticos son participativos, dialogantes y estimulantes. Favorecen la autoconfianza en los hijos, una positiva actitud ante la vida y buena salud mental. Se ejerce la autoridad, no el autoritarismo. Es el estilo más apropiado que fomenta la autoestima en los hijos, respeta sus derechos e impulsa el cumplimiento de deberes.
Ha de consignarse que al hablar de estilo educativo de los padres nos referimos a ambos progenitores. Sin embargo, no siempre coincide la práctica predominante del padre y de la madre. Lo ideal sería que los dos progenitores tuviesen estilo democrático, pues es el que más beneficios reporta a los hijos.
En la actualidad la estructura familiar es más igualitaria y simétrica, si bien es todavía muy largo el camino que ha de recorrerse en este sentido. Los roles de ambos progenitores tienden a aproximarse. Esto es absolutamente necesario cuando el padre y la madre trabajan fuera del hogar. Es preciso seguir impulsando la idea de responsabilidad compartida. En cuanto a la disciplina, afortunadamente se están abandonando modelos autoritarios y se adopta cada vez más un sistema de reglas razonadas y razonables, en cuya elaboración hay que buscar la implicación de los hijos.
En definitiva, un ambiente familiar con las características descritas ilumina al niño y le proporciona los más saludables recursos personales para la aventura de vivir.Podemos concluir con unas palabras de Cervantes, puestas en boca de don Quijote, que sintetizan con suma belleza el valor de la educación familiar:
“Los hijos, señor, son pedazos de las entrañas de sus padres, y así, se han de querer, o buenos o malos que sean, como se quieren las almas que nos dan vida; a los padres toca el encaminarlos desde pequeños por los pasos de la virtud, de la buena crianza y de las buenas y cristianas costumbres, para que cuando grandes sean báculo de la vejez de sus padres y gloria de su posteridad”.
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