Ya hace tiempo que la opinión generalizada de la población - secundada por teorías pedagógicas de todo tipo- es que aprender tiene que ser divertido, puesto que así se logran mejores resultados. Éste es el lema actual de la enseñanza, en contrapartida al tan famoso - además de padecido y odiado por muchos antiguos alumnos- la letra con sangre entra.
Evidentemente, nunca podría estar de acuerdo con la aplicación del castigo físico al que se refiere tan añejo dicho, pero parece que el extremo de diversión al que se ha llegado esté haciendo más mal que bien a los resultados de aprendizaje de los alumnos actuales, tanto en conocimientos de materias concretas como en formación de valores. No es cierto que aprender no sea tedioso, cansado y difícil. Lo es, siempre lo ha sido y siempre lo será. Todos tenemos en la memoria algún momento especialmente duro, las horas empleadas o los sinsabores con algún profesor o alguna materia.Emprender el camino del aprendizaje comporta como valor añadido - a los conocimientos concretos que uno adquiere- reconocer y apreciar el esfuerzo - de uno mismo y de los demás-.Pero no parece que actualmente estos valores queden suficientemente claros ni estén suficientemente conseguidos. En las circunstancias de imposición en las que se produce el aprendizaje en las sociedades avanzadas - escolarización reglada y pautada independientemente de las necesidades particulares de cada cual-, aprender quiere decir tener que esforzarse, tener que trabajar y aceptar limitaciones y decepciones personales, así como también logros y retos que alcanzar, con o sin premio material incluido. Esto es lo que nos prepara para trabajar, que no tiene nada de divertido.
Nuestros jóvenes muestran cierta tendencia a pensar que todo en la vida tiene que ser diversión. Quizás no estén equivocados, pero de momento el mundo no es así, y trabajar - ya sea de barrendero o de broker-quiere decir esforzarse. Todos los días, con o sin ganas, cumpliendo un horario y acatando - las más de las veces- órdenes que puede que sean, las menos de las veces, las adecuadas.
La idea básica de la escolarización generalizada no parte de la necesidad social de hacer más feliz y más libre a la población, sino de preparar a la futura mano de obra que la sociedad necesitará para llevar adelante la industrialización creciente con la que se enfrentan los distintos países en distintas épocas - mayoritariamente a lo largo del siglo XIX y XX-, según haya sido en cada caso el ritmo de desarrollo observado. Cierto es que los nuevos trabajos necesitan de unos trabajadores con unos mínimos conocimientos - leer y escribir, a veces sólo firmar, y las cuatro reglas matemáticas básicas-; pero sin duda alguna - de ahí las primeras escuelas para pobres- básicamente lo que necesita la industrialización es personal entrenado para cumplir órdenes, mantener el trabajo durante largas jornadas y acatar horarios.
Con el desarrollo del capitalismo la necesidad de conocimientos crece, la industria cambia su signo, pero la necesidad de tener trabajadores entrenados para serlo sigue siendo exactamente la misma. Una de las quejas actuales de los empresarios es que la mano de obra joven viene más o menos preparada en cuanto a conocimientos - hay opiniones para todos los gustos-, pero no viene preparada para trabajar. No saben lo que es el trabajo, el esfuerzo y la dedicación, no son constantes y sobre todo no están preparados para las frustraciones ni para los problemas. Los empresarios no han de tener razón ni la culpa tiene que ser de la escuela; pero hacerlo todo divertido no sé si los prepara para el mundo tal como es.
Cristina Sánchez Miret
La Vanguardia. 30 de abril de 2006.
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